Al analizarlo, Rousseau, comienza a despojarlo de todas las
cualidades que no le son naturales, que ha adquirido en sociedad, como la
razón, el habla, y lo social. Lo considera principalmente un animal, como
cualquiera, un hombre salvaje que se ama a sí mismo inspirado por la
naturaleza, por el impulso de autoconservarse y la compasión por otros. Posee
una cierta bondad natural e innata, es decir, que este en su estado natural es
bueno por que no hace daño, también lo considera igual en condiciones e
independiente porque no tiene derechos ni tiene deberes de someterse a otro. En
un sentido moral, en el estado de naturaleza el hombre no es ni bueno ni malo,
sino que es inocente porque es ignorante. Sin embargo, hay dos características
que lo diferencian de un animal cualquiera y es que este tiene la libertad de
voluntad y tiene conciencia de ello. Y lo segundo es que el hombre es un ser
con capacidad de desarrollo humano, es decir de perfeccionarse. Su impulso
natural o su guía moral, es su conciencia, que es un instinto divino e inmortal
que ordena a este ser limitado e ignorante, pero a la vez inteligente y libre
de actuar. La conciencia da fundamento a la razón pero no al revés, para
Rousseau, un antiracionalista, la naturaleza, a diferencia de la razón, no
engaña por eso se sigue a esta.
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